Me criaron una madre que cuidaba de sus cuatro hijos, de su marido, de su madre y de todas las personas que nos rodeaban, y un padre que dirigía con éxito una empresa del sector industrial y de servicios. Los dos eran personas realmente muy queridas en todos sus entornos, que no eran pocos. Así que crecí aprendiendo a poner pasión en mi trabajo, entrega en mi entorno y mucho compromiso en todo lo que hacía.

Crecí aprendiendo de un padre entregado a su trabajo y de una madre entregada a su familia.

Cuando tuve a mi primer hijo, pensé que mi carrera profesional había acabado. Creía que tendría que pasar unos años de crianza renunciando a crecer en el trabajo, convencida de que ser madre y trabajar en puestos de responsabilidad era incompatible.

Sin embargo, la vida me llevó por un camino inesperado. En la empresa tecnológica donde trabajaba, donde éramos muy pocas mujeres y aún menos madres, una de ellas ya había conseguido una reducción de jornada por cuidado de hijos. No era cosa fácil lograr algo así hace veinte años, y menos en aquella empresa que, aunque la ley lo contemplaba, no tenía mucho propósito de cuidar del empleado. Así que me armé de valor, solicité la reducción de jornada y me la concedieron en unas condiciones que no terminaban de encajar con mi propósito de crecimiento laboral.

Al tener mi primer hijo, creí que tenía que renunciar a crecer profesionalmente.

Mi espíritu comprometido y apasionado por el trabajo no se apagó con la maternidad. No me conformaba. Quería crecer, y surgió la posibilidad de entrar a trabajar en otra empresa para ser la responsable del equipo técnico y del negocio de consultoría tecnológica. En la entrevista no me preguntaron nada sobre mis planes maternales; fui yo quien se anticipó y mencionó que quería tener más hijos. La respuesta fue sorprendentemente positiva: «¡Fenomenal, alguien ha de tener a las criaturas!» Así que allí me fui, un poco asustada porque pasaba de una “gran” empresa a una empresa pequeñita y emergente. Sin duda fue un acierto. Siempre se adaptaron a mis horarios y necesidades. Tuve libertad para decidir. ¡Qué importante es poder decidir!

Pero yo lo quería todo, familia numerosa y una carrera profesional de crecimiento.

Yo, que un día pensé que tenía que renunciar, conseguí mantener un pie en la familia y otro en el trabajo. A veces me olvidé de mí por el camino y otras me reencontré. Ahí estuve, con determinación y pasión. Porque lo que yo no sabía era que en mis genes corría el compromiso de mi padre, la vocación de servicio de mi madre y mi propia valentía.

Cualidades que me han llevado a emprender para llevar a cabo mi propio propósito de fomentar la creación de equipos directivos diversos y sostenibles.


En este Día de la Mujer Trabajadora, mi historia es solo una entre millones que reflejan la lucha, la resiliencia y la determinación de las mujeres en el ámbito laboral. Cada una de nosotras tiene sus propias batallas, sus propias victorias y sus propios sueños. Pero lo que nos une es la fuerza interior para seguir adelante, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables.

Esta semana celebramos a todas las mujeres trabajadoras, a aquellas que han roto barreras, a las que han desafiado estereotipos y a las que continúan luchando por la igualdad de oportunidades. Que este día sea un recordatorio de que juntas somos más fuertes, y también junto a ellos, entre todos, que nuestras voces importan y que nuestro trabajo es fundamental para construir un mundo más justo y equitativo para todas las generaciones venideras.

Sigamos adelante, desafiando el status quo, inspirando a otras mujeres y creando un futuro donde el género nunca sea un obstáculo para alcanzar nuestros sueños.

¡Feliz Día de la Mujer Trabajadora!

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