Según la RAE, empatía es la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. Pregunte a quien pregunte, prácticamente todas las personas me responden que son muy empáticas.
Dicen que una de las principales características del buen líder es la empatía. Y por otro lado dicen que el mundo está lleno de directivos con perfiles narcisistas, que es justo lo contrario. También dicen que en el equilibrio está la virtud.
Aunque para mí la cuestión no está en encontrar el equilibrio entre la empatía y el narcisismo, tengo claro que la empatía es un valor fundamental para liderar, la cuestión está en ¿qué hago una vez que me he identificado con alguien y he compartido sus sentimientos? ¿cómo sería hacer un buen uso de esa empatía desde el punto de vista del líder (y en realidad, desde cualquier punto de vista)?
De mis 25 años de carrera profesional, habré pasado algo más de 20 años liderando desde diferentes roles en empresas tecnológicas. Y sí, también me consideraba una líder súper empática, muchísimo. Era tan, tan empática que me iba al hoyo con la persona del equipo que me estuviera contando su situación. Evidentemente era una empatía muy mal entendida.
Me contaban que tenían alguna dificultad y enseguida me arremangaba para “entrar en faena” y sacar adelante la situación. Daba igual lo que fuese, alguien que tenía alguna dificultad familiar, alguien que no había podido terminar a tiempo su trabajo, alguien que había dicho que sí sin consultar sus prioridades y ahora estaba en modo desborde… me identificaba con esa persona, compartía sus sentimientos y me metía de lleno a buscar la forma de arreglarlo, a través de consejos, o de acciones, o de peticiones a otras personas, lo que fuese con tal de ayudar. Aunque en realidad lo que estaba haciendo era “desayudar”.
Me identificaba con esa persona, compartía sus sentimientos y me metía de lleno a buscar la forma de arreglarlo
Por un lado, tenía al equipo muy contento como líder porque era empática y comprensiva y me volcaba en resolver situaciones. Por otro lado, en las evaluaciones de desempeño siempre me salía como punto de mejora cambiar el estilo maternalista con el que gestionaba el equipo. En consecuencia, yo estaba cada vez más sobrecargada.
¿Y cómo logré cambiar esa situación?
El proceso de coaching en el que entré fue fundamental para al menos ser consciente de la situación. Me picó el gusanillo y yo misma empecé a estudiar coaching para profundizar más en esas herramientas que fomentan la escucha, los diálogos abiertos y la asertividad. Herramientas que me venían de perlas, no solo como líder, sino como madre de familia numerosa, con hijos que asomaban a la adolescencia.
Mi trabajo final de postgrado fue mi propia transformación como líder, todo lo que aprendía lo aplicaba en mí misma y en mi forma de relacionarme con el equipo. Sabía que quería seguir siendo una líder empática, y aprendí a gestionar la empatía desde otro lugar, más sostenible conmigo misma y más respetuoso y retador con las personas del equipo.
Empecé a soltar responsabilidades, dando la oportunidad de crecimiento a otras personas del equipo, y como era un gran equipo, pronto empezaron a dar un paso al frente para asumir aquello a lo que yo renunciaba.
Empecé a marcar límites cuando alguien me contaba que tenía una dificultad diciendo: “entiendo tu situación” y en vez de dar la solución, lanzaba una pregunta abierta “¿qué vas a hacer para resolverla?”
Este sencillo cambio, lo era todo en realidad. Daba espacio para que la persona reflexionara, para que buscara sus propias soluciones, reflejaba mi confianza en su propia forma de resolver dentro de unos márgenes establecidos y le convertía en responsable de sus propias decisiones y acciones.
Yo aprendí a confiar en el equipo. Y el equipo aprendió a confiar en sí mismo. Y se hizo la magia.
Si te gustaría encontrar tu propio estilo de liderazgo y no sabes por dónde empezar, contacta conmigo, tengamos una sesión gratuita de media hora, te escucho desde la empatía y te cuento cómo te puedo acompañar (que no ayudar 😉)