La vida hace y deshace a su antojo, es mi gran instructora para todo aquello que me niego a aprender, me lo pone delante una y otra vez, hasta que me digno a observar, decidir y resolver. Que levante la mano quien sienta lo mismo 😊
Y en una de esas estábamos, la vida marcándose una de las suyas y yo intentando sortear el mazazo creyendo mantener así el control. Fue entonces cuando me di cuenta de que esa necesidad de tenerlo todo bajo control estaba empezando a traspasar las paredes de mí misma y afectaba a las personas que me rodeaban. Así que decidí convertirme a la fluidez.
He buscado mucho, y he probado muchas cosas. ¿Lo que más me funciona? La Aceptación. Sí, con la A mayúscula. Encontré en #GerardoSchemedling hasta una metodología y todo para aceptar relaciones, emociones, situaciones, discusiones, enfermedades y otros malestares varios. Como buena persona fluida que me estoy convirtiendo, no es que siga mucho esa metodología, pero al menos la teoría me la sé. Os la cuento por si os sirve:
Presto atención a aquello que me incomoda. Es casi cien por cien seguro que lo que me incomoda es algo que no estoy aceptando.
Observo cómo lucho o huyo de aquello que me incomoda. La lucha y la huida no sirven de mucho, porque lo que me incomoda va a seguir ahí mientras no lo acepte.
Analizo y desmonto las resistencias internas que llegan a través de creencias y patrones aprendidos. Es la forma de poder avanzar.
Renuncio de forma intencionada y consciente a aquello que no me corresponde o que no necesito. Lo cual es bien distinto a resignarme, que conlleva una actitud más pasiva.
Y entonces… ¡voilà! ¡conquisto la aceptación!
Lo que viene conviene, frase de Techu, una gran maestra, que resume lo anterior. Eso es Aceptación para mí.
Y tú ¿aceptas, huyes o te resistes?
Foto de Shashank Sahay en Unsplash