Cuando era joven pensaba que era imposible cambiar. Tenía la gran creencia de que yo era como era y que solo algunos mazazos de la vida lograrían cambiar de alguna forma mi carácter.
Luego me convertí en madre y entré en modo «zafarrancho de combate». Dejé de cuestionar la felicidad, la vida y la mar y sus arenas. Con dormir unas horas por las noches, trabajar, mantener cierto orden en casa, lavarme el pelo de vez en cuando y poco más, me daba con un canto en los dientes.
Ahora que mis hijos me superan en altura y van a su aire, tengo tiempo para reflexionar y he cambiado de opinión. Sí, es posible cambiar. No solo se logra desde el dolor o la incomodidad, también se puede cambiar por decisión y acción propia. Al fin y al cabo, si no cambiamos, estamos muertos.
Por ejemplo, para compensar todos esos años de crianza y trabajo bailando al son de la marimorena, he decidido adoptar una nueva identidad: la serenidad, no solo aparentarla por fuera, sino SER serena desde dentro. Para ello, he realizado diversas formaciones para aprender a hacer esos cambios.
Primero haciéndome preguntas como: ¿para qué quiero cambiar?, ¿a qué me acerca?, ¿de qué cosas «buenas» me aleja?, ¿qué obstáculos podrían surgir y cómo superarlos?, ¿qué necesito para lograr esa serenidad interior?, ¿qué puedo aprender?, ¿cuál es mi nivel de motivación?, ¿cómo de posible es el cambio?, ¿a quién en mi entorno puede afectar y cómo?, ¿qué tipo de entorno necesito?, ¿qué pensamientos me alejan de esa identidad y cómo les puedo dar la vuelta para que vayan a mi favor?
Después defino qué significa serenidad para mí y luego elaboro una lista de comportamientos de una persona serena: practicar yoga, meditar, hablarme con amabilidad, pedir ayuda, respirar conscientemente, aceptar las situaciones que no puedo cambiar, admirar la belleza, confiar en que todo estará bien pase lo que pase, nadar en el mar, dar un paseo entre árboles…
Por último, pongo en práctica esos comportamientos y cada noche anoto aquello del día que me ha acercado a la serenidad interior.
Y tú, ¿decides cambiar o cambias con los mazazos de la vida?
Foto de Chris Lawton en Unsplash