Cuando leí «Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva» de Stephen Covey, decidí reflexionar durante semanas sobre cada capítulo para construir hábitos sólidos. El primer hábito me flipó tanto que lo exploré durante meses: ser proactiva, el hábito de la responsabilidad. Me sorprendió descubrir que lo opuesto a ser responsable es ser victimista. Siempre pensé que sería irresponsable o descerebrada, pero no, es victimista, al menos así lo he interpretado.
Me di cuenta de que cuando actúo de manera victimista, además de quejarme mucho, culpo a los demás, busco fuera los motivos causantes de lo que está ocurriendo, o dejo que los demás se encarguen de solucionar lo que me está agobiando. Es entonces cuando entra en juego el concepto del círculo de influencia. Este concepto me apasiona por dos razones:
En primer lugar, me hace consciente de las acciones que están dentro de mi control, lo que depende totalmente de mí en el conflicto que está ocurriendo. Como dijo Frankl: «Entre el estímulo y la respuesta, el ser humano tiene la libertad interior de elegir». Así que, al menos, dentro de mi círculo de influencia, siempre puedo decidir cómo quiero enfrentar lo que está sucediendo y cómo quiero responder a ello.
La segunda razón es que la culpa desaparece. Para mí, la culpa surge cuando te responsabilizas de cosas que no están dentro de tu competencia, que no están en tu círculo de influencia y, sin embargo, te afectan. Como me dijo una vez un gran líder que conozco: «No es lo mismo lo que te compete que lo que te concierne». Al igual que yo soy responsable de cómo respondo a estímulos externos, los demás también son responsables de cómo responden a mis estímulos. Asumir la responsabilidad y soltar la culpa es realmente liberador, la verdad.
Y tú, ¿qué sientes? ¿responsabilidad o culpa (tuya, de los demás, del universo)?
Foto de Javier Allegue Barros en Unsplash