Según lo que aprendí sobre las emociones incómodas, están y existen para que podamos adaptarnos a las situaciones. La cosa funciona así: ocurre algo incómodo, lo percibimos a través de nuestros sentidos, la información llega al cerebro, el cerebro la procesa según nuestro mapa mental, eso provoca una reacción en el cuerpo para adaptarnos a eso que ha ocurrido.
A continuación explico las tres emociones difíciles básicas que surgen ante las tres necesidades básicas de los seres humanos.
Puede ser que sintamos que los músculos flojean, que estamos sin ganas, nuestros hombros están hundidos, la mirada hacia abajo, sentimos cansancio físico, muscular, el cuerpo no responde mucho y solo tenemos ganas de mirar hacia dentro. Es la tristeza. Lo que sea que ha ocurrido, nuestro cerebro, a través de nuestro mapa mental, lo está interpretando como una pérdida. Se asegura de cubrir nuestra necesidad básica de conexión. Para que nos adaptemos a esa pérdida nos provoca todas esas reacciones, de esa forma nos invita a tomarnos un tiempo para reconstruir lo que se ha roto y resurgir con fuerza para la siguiente fase de nuestra vida. Así que, estar triste, está bien.
Puede ser que sintamos una energía repentina, que los músculos se tensan, especialmente de las extremidades superiores, se aprietan las mandíbulas, el corazón late más rápido, la sangre fluye a mayor velocidad, nos suben los colores y también los calores, y empezamos a sudar, respiramos de forma más superficial y rápida, sentimos como si fuésemos una olla exprés a punto de estallar. Es la ira. Lo que sea que ha ocurrido, nuestro cerebro, a través de nuestro mapa mental, lo está interpretando como una injusticia, un abuso, algo que sobre pasa nuestros límites, también cuando sentimos que no estamos logrando lo que queremos o necesitamos. Se asegura de cubrir nuestras necesidades de justicia y libertad. Para que nos adaptemos a ese abuso nos provoca esas reacciones, de esa forma provoca que nos defendamos, que marquemos los límites, que digamos “no”. Así que, sentir enfado, está bien.
Puede ser que sintamos que la respiración se acelere, que aumente el ritmo cardiaco, puede ser que palidezcamos, puede que se seque la boca, que nos duela el estómago o las tripas, que se activen los músculos de las extremidades inferiores. Es el miedo. Lo que sea que ha ocurrido, nuestro cerebro, a través de nuestro mapa mental, lo está interpretando como una amenaza. El miedo se asegura de cubrir nuestras necesidades básicas de seguridad. Para que nos adaptemos a esa amenaza nos provoca todas esas reacciones, de esa forma provoca que nos pongamos en alerta para poder protegernos y defendernos de esa situación que estamos interpretando como peligrosa, puede ser que huyamos o evitemos de la situación, incluso puede ser que nos quedemos en bloqueo total para pasar desapercibidos. Así que, sentir miedo, está bien.
La próxima vez que te entren ganas de evadir una emoción incómoda y difícil, ¿qué tal si paras un segundo y atiendes lo que dice tu cuerpo para averiguar qué emoción estás sintiendo y qué información te está dando?.
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